7 pensamientos en “Creía que mi padre era Matías Prats

  1. Este es MI cuento:

    <> Esa es la frase con la que nos dijo que tendríamos que comenzar un cuento el profesor de lengua.

    Cuando oí aquella frase lo primero que se me pasó por la cabeza fue: ¿Matías Prats? ¿A cuento de qué voy yo a empezar un cuento así?; Pero a medida que lo iba asimilando me iba haciendo otras preguntas más… complicadas, por decirlo de alguna forma.

    «A ver,» pensé, «puedo empezarlo como si ese fuera el pensamiento de alguien. O lo que una persona le decía a otra en un diálogo y después inventarme el contexto».

    Elegí la segunda opción. Y así empecé a escribir un cuento en el que un niño le decía esto a su madre porque ella le había dicho años atrás que Matías Prats era su padre y ahora un hombre se había presentado en su casa diciendo que su padre era él. Empecé el cuento con la idea de darle un tono cómico, pensando en la imagen del niño preguntándole a su madre quién era su padre, y ella señalando a la televisión y diciendo: <> como para quitarse el muerto de encima. Pero creo que me emocioné demasiado, y acabé escribiendo un drama en el que una mujer había engañado a su marido y este, después de desaparecer durante diez años (la edad del niño), aparece diciendo que se arrepiente de lo que hizo y que la perdona y todo ese rollo.
    No me di cuenta hasta, prácticamente, llegar al final, de que me había desviado por completo de mi idea inicial.

    «No importa,» me dije, «seguro que vale». Pero incluso entonces estaba nerviosa. Así que, después de imprimir las dos páginas que me había ocupado el cuento, me dirigí a la cocina, donde estaba mi padre, jugando al pinball con el mini-portatil.

    -¡Hola!- Le había visto apenas una hora antes y ni siquiera había salido de casa desde entonces. ¿He mencionado lo nerviosa que estaba? -¿Dónde está Mara?- Mara es la actual pareja de mi padre.
    -Está en pilates-.
    -¿Y le queda mucho?-.

    Mi padre miró el reloj que hay encima de la alacena y dijo:
    -No, tiene que estar viniendo para acá ya-. Y vuelta al ordenador.

    Fui abajo a por mi móvil. Quería pedirle consejo a una amiga. Pensaba mandarle lo que había escrito por e-mail, pero me di cuenta de que Internet estaba desconectado.

    -¡Papá!- Dije desde el sótano. -¿Puedes conectar Internet?-.

    Están haciendo obras en mi casa, así que no me sorprendió cuando dijo:
    -El escayolista ha roto la conexión del teléfono, y yo no me puedo agachar para arreglarla-. Mi padre tiene una fractura en la rodilla izquierda, de ahí que no pueda agacharse.
    -Pues la arreglo yo-. Le dije. Me daba demasiada vergüenza enseñarle a él el cuento, así que cualquier cosa con tal de relajarme un poco.

    Me dijo cómo se hacía, pero no había manera. El teléfono se quedó sin arreglar y por tanto, tampoco Internet funcionaba.

    Entonces llegó Mara. No tengo muy claro porqué, pero el caso es que no me daba tanta vergüenza enseñarle lo que había hecho a ella.

    Se lo leyó mientras yo bajaba al sótano y cogía mi móvil, nerviosa. Subí al piso de arriba para salir al balcón a hablar con mi amiga, seguía nerviosa. La conversación me tranquilizó un poco, pero le había pillado cenando, así que me despedí en cuanto me di cuenta de ello. Nada más colgar bajé a ver cómo iba Mara con la lectura, aún no había acabado. Me estaba planteando seriamente volver a escribirlo basándome esta vez en mi idea inicial.

    Comprobé por cuarta, tal vez quinta vez que Mara hubiera terminado. Esta vez sí. ¡Menos mal! Estaba empezando a hacerme polvo el labio de tanto mordérmelo.

    -¿Qué?- No le di tiempo para contestar, estaba demasiado alterada. –Es que he montado el dramón del siglo. Me parece que no lo voy a presentar-. No paraba de dar botes. –Le digo que no lo he hecho y punto. Paso del tema-. Ahora si que me callé.
    -¡No, si esta muy bien! Pa’ que veas Jose, tanto ver la tele le ha servido para algo-. «¿Tan mal está?» Fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Yo no pretendía hacerlo en plan telenovela, pero, al parecer, así me había salido.

    Entonces me devolvió los dos folios y me di cuenta de que, con los nervios y las prisas sin sentido, había olvidado ponerle el título y mi nombre al final del texto. Bajé de nuevo al sótano para volver a imprimirlo, esta vez completo del todo. Y resulta que la impresora no me dejaba imprimirlo. «¡A saber qué le pasa ahora!», pensé. Y desistí enseguida. En vez de eso, me puse a repasar lo que había escrito, con el fin de corregir errores en mi forma de expresión y demás.

    Leyéndolo todo seguido me di cuenta: Era demasiado lío el que había montado. Decidí empezarlo de nuevo.

    Y ahora, ¡aquí estoy! ¡Saliéndome por la tangente!
    Estoy segura de que esto era muy fácil de escribir, demasiado incluso, relatar unas cuantas horas de tu propia vida nunca es demasiado complicado. Pero también estoy bastante convencida de que es una idea lo suficientemente original como para que nadie más la haya podido utilizar.

    Lola Faguás Benedicto 2º BACH. A

  2. **Entre los primeros símbolos que aparecen en el texto se supone que he escrito: «Creía que mi padre era Matías Prats».
    *Y en los de la linea cuarta del cuarto párrafo pone: «¡Ese de ahí!».

    No sé porqué, pero al darle a «publicar comentario» se han borrado ambas frases.

  3. “Creía que mi padre era Matías Prats”, prefería haber oído Superman o Batman. ¿Matías Prats? Quién sería aquella persona, aquel nombre y sobre todo me llama la atención la “s” final que daba apellido a un ser extraño. ¿Debía preguntar? Pero…¿A quién le podría interesar la repentina curiosidad de una niña de 10 años hacia un hombre que no conocía? Para documentarme elegí a mi hermana, pues si quería escribir sobre mi padre imaginario, primero debería conocerlo; ¡Y menuda fue la sorpresa cuando me enteré que era un periodista! Pero yo no quería que mi padre, aunque fuera en un cuento, fuese famoso; quería escribir sobre algo que todo el mundo pudiera tocar, algo un poco más real.
    Fui a la estantería, en la última balda, cogí una guía de teléfonos y busqué en mi ciudad por alguien que respondiera a aquel raro nombre; y finalmente lo encontré. Descolgaron al otro lado, a mí se me aceleró el pulso, pero me armé de valor y pregunté si en aquella casa vivía Matías Prats, la respuesta fue decidida y secante: Sí
    -Buenas tardes. –Continué- Me llamo Laura, quisiera hablar con Matías Prats.
    -Yo soy Matías Prats, ¿qué desea? –La voz se suavizó un poco y yo me tranquilicé, gracias a eso pude explicarle el motivo de mi llamada. El resultado de aquella incómoda conversación fue una interesante tarde pegada al auricular del teléfono.
    Al parecer, aquel extraño señor pasó su infancia en una casita de campo, criado entre animales y mucha, muchísima naturaleza; en sus primeros años estuvo al cargo de sus tíos, pues tanto su madre como su padre desaparecieron en la Guerra Civil. A partir de aquí pude deducir que contaba más de 60 años y por cómo continuó su historia supe que su vida fue muy intensa y llena de emociones. Trabajó duramente en su adolescencia para poder costearse los estudios de Medicina en la facultad de Madrid; cuando se graduó regresó a Barcelona en donde fue protagonista de una romántica historia de amor, que desgraciadamente acabó en una tragedia cuando años después perdió a su pareja del alma.
    Puedo pasarme las horas contando cada detalle, cada lágrima que derramamos tanto él por recordarlo, como yo por escucharlo.
    Ahora, a mis treinta años, estoy convencida que en aquella tarde de lunes aprendí mucho más que en una vida entera, y sobre todo y lo que más le agradezco a aquel hombre, de nombre Matías Prats, fue que me enseñó a escuchar, porque desde aquel preciso momento comprendí que se aprende más oyendo a los demás que queriendo que te oigan.

  4. Yo creía que mi padre era Matías Prats aquel 28 de octubre cuando un señor entró por la puerta de mi casa. AL principio, pensé: ¨Será el butanero…¨ Pero extrañamente, dijo un cálido ¨hola¨ y se fue a la cocina.
    Parpadeé varias veces mientras intentaba responderme a la pregunta de: ¿Quién es ese hombre? No era mi tío, debido a que casi toda mi familia era morena de piel y cabello, mi padre trabajaba hasta la noche, así que… Me encogí de hombros y seguí viendo la televisión.
    Las noticias empezaron, y salió un hombre de cabellos castaños y ojos azules.
    Fruncí el ceño.
    Me levanté rápidamente y fui hacia la cocina donde se escuchaban las voces de varias personas.
    Al abrirla, todos me miraron.
    El hombre que estaba de espaldas, se dio la vuelta.
    Abrí mi boca formando una ¨O¨
    ¡Era mi padre! Sólo que su cabello negro era castaño y sin canas.
    Irene Mazano 4ºB

  5. Creía que mi padre era Matías Prats, pues hace unos días tuve un sueño tan real que me lo creí.
    Todo comenzaba en el primer día de instituto, cuando tuve que poner el nombre de mi padre en una ficha. Lo normal hubiera sido poner que no tenia, pero puse que era Matías Prats y de profesión presentador.
    Despué aparecía en mi casa almorzando con mis padres. A partir de ahí fue todo muy bien hasta que llegó la hora de las noticias. Cuando empezaron yo estaba nerviosa por ver a mi padre en ellas; hasta que me di cuenta que mi padre estaba comiendo al lado mía, y el que estaba en la pantalla era el verdadero Matías Prats.
    Ahí acabo mi sueño y la esperanza de tener un padre famoso.

Deja un comentario